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Prefacio: Ariadna frente a la tumba de la tía Maruja

 
 
A mi hija Ariadna le impresionó mucho la muerte de la tía Maruja. Tenía cuatro años y quiso ir al velatorio. Allí insistió en acercarse a ver el cadáver presente tras el cristal donde permaneció un rato largo a solas.
 
Cuando se cumplió el aniversario de su muerte me sorprendió diciéndome que quería ir a visitar su tumba para llevarla flores y que supiera que la recordamos. En su momento lo dejé pasar, Madrid estaba colapsada por la mayor nevada en un siglo y semanas después nacería Violeta, su hermana pequeña. Cuando empezaron las dificultades para vender el piso de la tía, Ariadna volvió a insistir por segunda vez en ir al cementerio. 
 
El día del bautizo de Violeta, tras meses y meses de tratar de cerrar la venta del piso sin éxito, llegamos a la conclusión de que algo no estábamos teniendo en cuenta. Tras el convite nos fuimos Pilar, mamá y yo al piso vacío, a tratar de entender qué seguía atando aquellas paredes a la familia. 
 
Sentados en el suelo del salón sin muebles en el que durante años habíamos quedado toda la familia a tomar roscón en reyes, nos pusimos a pensar en lo importante que había sido para la tía ese lugar y todos los objetos que contenían y que reflejaban momentos de su vida, y cómo vaciarlo fue como vaciarla a ella. 
 
Quizá la tía no quería separarse todavía de todo aquello antes de asegurarse de que lo que ella nos dejaba lo íbamos a conservar y transmitir. El ejemplo de una mujer independiente que pudo salir adelante, viajar y hacer su vida cuando eso era la excepción. La tía que ejerció de abuela con sus sobrinos. La memoria viva de la familia con algunas historias tremendas que me puse a recordar en aquél momento. 
 
Para mi sorpresa descubrí que había historias que ni mi hermana Pilar que llevaba tiempo haciendo esta labor, ni mi madre que las debería de haber vivido conocían. Me entró vértigo de pensar que yo era ahora la única persona que conocía toda aquella parte de los Lorenzo y de los Castaño.  

Al domingo siguiente, fui finalmente con Ariadna y su hermano Rodrigo al cementerio. 
 

Allí delante de la tumba de la tía y del abuelo Benito ella me hacía preguntas sobre la existencia humana que no sabía responderle. Me dijo “Echo de menos a la tía Maruja”. Al lado estaba su hermano Rodrigo, dos años más pequeño. Le pregunté si también la echaba de menos y me dijo “Yo no me acuerdo”. 
 
Entonces me di cuenta de que Ariadna es la persona más joven de la familia que recuerda a la tía, y posiblemente sea la última que viva para recordarla dentro de muchos años. Recordé el sueño que tuve en el aniversario de su muerte, cuando Ariadna empezó a pedirme venir.
 
En el sueño, en una animada reunión familiar en casa de la tía Anuncia, la tía Maruja permanecía callada, hasta que se dirigía a mí para decirme:

- Ahí tienes todos esos cachivaches viejos. Son tuyos, cuando quieras te los llevas, a ver qué quieres hacer con ellos, que eres el único que los sabes usar.
 
Quizá se refería a estas historias que iré publicando las próximas semanas. Creo que debo dejarlas por escrito, para que la familia no las olvide… o incluso las conozca por primera vez.
 

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