Ir al contenido principal

En busca de la bisabuela Roberta



 

El otro día visité la fábrica de cerveza El Águila, en Madrid. En este edificio neomudéjar está el Archivo Regional. El motivo fue la historia que me contó la tía Maruja sobre la infancia de la bisabuela en el convento. Cuando traté de encontrar la siniestra tapia, descubrí dos cosas: que el convento no era ahí, y que el lugar donde sí se crió tenía registros que podían ser consultados.

Una escritora, Carmen Maceiras, había escrito una tremenda tesis doctoral sobre aquel lugar, la Inclusa de los niños abandonados, y había estado años clasificando y transcribiendo esos registros. Decidí buscar una manera de contactarla para pedirle todo lo que me pudiera contar sobre la bisabuela. A través de su director de tesis, le hicieron llegar mi interés, y cuando me respondió me quedé bastante desubicado:

"Si tienes mucho interés por encontrar datos sobre tu bisabuela inténtalo. [...] En mi tesis tienes todos los lugares (bibliotecas y archivos y registros) en dónde yo pasé muchas horas. Creo que tienes suficiente orientación y pautas a seguir"

En resumen: búscate la vida, chaval. 

 

Mientras escribía otras anécdotas de su vida y recababa detalles que me contaba gente de la familia me daba cuenta de que estaba ante un personaje fascinante: Abandonada al nacer en las Hijas de la Caridad, pero con algún tipo de pensión vitalicia que denotaba unos padres de clase alta, y que se tradujo en una mayor condescendencia de las monjas dentro de lo que era un régimen casi carcelario,  donde la enseñaron una educación muy por encima de lo que era propio de una mujer en aquellos años. Casada a ciegas con un panadero gallego cuatro años menor que él para poder salir del convento. Tardó seis años en tener su primer hijo, pero su marido la acusó de ser de otro y nunca lo reconoció como suyo. Abandonada de nuevo cuando el marido se fue a las Américas con otra mujer, obligada a criar ella sola a tres hijos y a fingir que se había quedado viuda para que la pensión vitalicia no pasase al marido, a pesar de que éste siguió escribiéndole cartas durante años, arrepentido. Mujer de armas tomar, que no tenía reparos en cantarle las cuarenta a un ministro cada vez que sus hijos se metían en líos, que arriesgó su vida para ayudar a las monjas que la habían criado y con las que terminó viviendo sus últimos días. Y finalmente, aquella escena en su lecho de muerte en su casa, con las Hijas de la Caridad rezando a su lado y una vez enterrada, las monjas dando la historia por finalizada con aquella frase "nuestra labor ha terminado".

 

 La bisabuela Roberta (izquierda) con una amiga, con luto a la moda de 1920, a pesar de que por aquellos años sabía que su marido seguía vivo en Argentina.

 

Decidido a averiguar lo que nadie más de la familia sabía, cogí las 700 páginas de la tesis de Maceiras y me pasé el verano tomando notas de todos los documentos citados en los que podría aparecer algo relacionado con su vida. Cuando tenía ya un listado abrumador, volví a pedir ayuda, esta vez más concreta:

"Me abruma la cantidad ingente de documentos que hay, así que he realizado una selección de los que creo que pueden tener información. Ruego me indique si estoy en lo cierto o si quizá estoy errando el tiro"

Su respuesta llegó esa misma tarde:

"Me alegra mucho que te haya sido útil la tesis, son muchos años de esfuerzo y dedicación y cuando conoces, como en tu caso, que hay quien le interesa profundamente es para mi la mejor recompensa. 

Todos los datos del archivo que has elegido van a ser necesarios para tu investigación , pero no creas que se va reducir a eso porque en cuanto te metas en faena vas a querer buscar más. Unos datos te llevarán a otros casos y si no te pones límites no verás el fin. 

Te deseo mucho éxito en tu objetivo"

Resumen: Hala, hala, a ver qué encuentras.

 

El Archivo

Hace unas semanas escribí al Archivo, a lo bruto. "¿Tienen todo esto, se puede consultar?" La respuesta fue que sí para algunos documentos, como su inscripción el día que fue entregada en secreto con instrucciones o el momento en el que la trasladaron al Colegio de la Paz con diez años. Pero al preguntar por la parte del matrimonio a ciegas me respondieron algo que no me esperaba:

"Respecto a las Solicitudes de licencia para contraer matrimonio de 1896, no podemos localizar ningún expediente parecido relativo a ese año. Ese tipo de licencias suelen aparecer en los expedientes personales de las niñas de la Inclusa y Colegio de la Paz, por lo que habría que revisar uno por uno los expedientes personales en un arco de tiempo bastante amplio (los expedientes personales daban comienzo con el ingreso de la persona y terminaban con el fin de su seguimiento)."

Un momento: ¿Me están diciendo que si les doy un nombre y fecha de nacimiento puedo consultar un expediente personal con toda su vida? Respuesta:

"Efectivamente, si nos proporciona el nombre de la persona o personas que busca, así como las fechas de nacimiento, podemos localizar su expediente personal en caso de que lo tuviera"

Demasiado bonito... y demasiado fácil. Pero por probar no se perdía nada: Roberta Iglesias Iglesias, nacida el 29 de abril de 1871 (ya me he aprendido esa fecha de memoria).

A los pocos días recibí la respuesta. Capturo pantalla de mi correo.

 



Emocionado, compartí el correo con mi hermana Pilar y con la prima Gela, con quienes estoy cruzando información y fotos de la familia. ¡Hay un documento público con la vida de la bisabuela, desde que nació hasta que se casó! Ay, tía, tía. Sé que estarás también emocionada allá donde estés, ójala se nos hubiera ocurrido esto antes.

 

El gran día

Esta semana llegó el gran día y a las 9 de la mañana, media hora antes de la hora acordada, ya estaba en la recepción de aquél enorme edificio. Tenía de tiempo hasta las 12 del mediodía.

Tras los controles de rigor y dejar todas las pertenencias en una taquilla, especialmente bolígrafos, subí a la sala de consulta. Una antigua nave industrial con altísimos techos y altísimos ventanales, con la luz filtrada, sonido amortiguado por el suelo de tarima y mesas amplias con gente consultando documentos. Tras un mostrador, una amable mujer vestida de verde me atendió:

     — Ah, señor Villarrubia. Acompáñeme por favor. Igual tendría que ponerse unos guantes de protección, a ver... Vale, no. Lo que nos ha pedido es del siglo XIX, no son tan valiosos. Si nos hubiera pedido algo del siglo XIII entonces sí. Si tiene que hacer alguna anotación, use este bolígrafo lo más lejos posible de los documentos originales. Le enciendo la lámpara.

Y allí estaba, en una de esas mesas. Un cartel con mi nombre y un paquete envuelto como un regalo. La historia de los 25 años que la bisabuela pasó en el convento.



¿Parecen muchos documentos? Lo son. Papel de biblia finísimo... y lo peor: manuscritos. Esto ya me lo esperaba, pero no contaba con tener que desentrañar esta letra de pluma historiada cursiva a más no poder. El primer documento que me apareció fue este y no era de los peores ¿Qué puñetas ponía aquí?


Lo que sí era fácil de leer era el año ¿1869? Eso eran dos años antes de que naciera la bisabuela. Fui consultando más documentos. Eran de varios niños, todos habían entrado en la Inclusa en abril de 1869. Muchos recién nacidos, otros con más meses. Algunos abandonados en secreto, otros tras el parto en la casa de Maternidad. Casi la mitad tenían una hoja añadida con una partida de defunción, casi siempre a las pocas semanas. Que la bisabuela hubiera sobrevivido en aquel sitio era un milagro. Que nosotros estemos aquí, otro.
 
    — Perdone, pero creo que ha debido de haber un error. Estos documentos son de dos años antes de que naciera la persona de la que solicité su expediente.

    — ¡Uy, pues vamos a ver! Que yo no estaba aquí cuando han sacado los documentos... No, está bien. Dice que son los documentos desde 1869 hasta 1890, así que le incluye también lo que busca.

    — No puede ser, en ese paquetito no pueden caber más de veinte años, si es sólo un mes. 

    — Vaya, qué raro. ¿Igual está mal el número? Voy a ver...

    — Oiga, pone parte 3. Yo creo que ese debe de ser una parte de muchas. ¿Podría probar a darme esa misma referencia unos 20 paquetitos más tarde?

    — No, yo creo que es que el número está mal. Mire, voy a probar mi tesis. Si no es, ya hacemos lo que usted sugiere.

Y así, con casi una hora de las tres consumidas, me senté a esperar mientras oía a la mujer tras la pared de la recepción discutir con gente de personal: "No, tiene que ser este otro, mira a ver, Paco". Al cabo de un rato, me vino con tres paquetes más. 

    — Tome, a ver si esta vez hemos acertado en el año — me soltó los nuevos lotes, mientras volvía al mostrador.

Ahora tenía ya el triple de documentos que consultar. En esta ocasión sí que se trataba de documentos de 1871. Le hice una seña afirmativa desde la mesa y me sonrió de vuelta. A ver, febrero, este no. marzo, nos estamos acercando. Abril de 1871, bien. 2 de abril, 3 de abril... mejor empezar por el final, que la bisabuela es del día 29. Por el otro lado, el último documento era del día 15 ¡Maldición!

    — Perdone que la moleste otra vez.

    — No, hombre, si para eso estamos ¿era la fecha?

    — Nos hemos quedado a las puertas. Mire a ver si me puede pasar el siguiente paquetito.

Al cabo de un rato, vino acompañada de un bedel que llevaba un carro con varias cajas grandes.

    — ¡Tome! Gracias Paco, ya te puedes ir.

    — ¿Y todo esto qué es?

    — Hemos decidido traerle entero todo el primer semestre del año 71, así no nos tiene que pedir nada más.

¡Ay, Madre! Ahí cada vez había más documentos. Bueno, era cuestión de encontrar el mes de abril que faltaba y...

    — ¿Sabe? — me dijo — Me extraña que esta parte del archivo venga del Hospital Gregorio Marañón

    — No se preocupe, la Inclusa se trasladó junto a la Maternidad de O'Donnell en los años treinta, y dependía de ellos.

    — Sí, pero los documentos anteriores no deberían... esto no tiene sentido —  La mujer abrió una de las cajas — .Uy, si esto está escrito a máquina.

Y entonces me di cuenta:

    — Disculpe, es cierto que han traído el año 71..., pero 1971. ¿Podrían retroceder un siglo, por favor?

    — Eeeeh... un momento.

Más voces tras la pared "Pues eso no debería de estar ahí. ¡Que no, Paco, que no! ¿Cómo va a ser, si es de cien años después? Vamos a ver si nos centramos, Paco". Al cabo de un rato trajo nuevos paquetes, tuve que empezar a hacer ya una segunda fila para hacer sitio en la mesa. 


Pero esta vez sí: segunda mitad de abril de 1871. Empecé por el final, ya eran cerca de las 11 de la mañana y había que ir al grano. Escribí a mi hermana Pilar, que está siguiendo la operación desde su casa "Esta vez sí". Me contestó de vuelta con un  icono de dedos cruzados.

Con la revisión de documentos previos ya iba aprendiendo a filtrar rápido: las actas de defunción tenían una cruz al final, los impresos eran mujeres que habían dado a luz en la Maternidad, los que tenían sello eran certificados de buena conducta para padres que querían adoptar o juramentos ante el cura del pueblo de que una nodriza tenía leche para amamantar. Lo que buscaba era menos predecible: cartas manuscritas en las que se indicaba junto al bebé abandonado si estaba bautizado, el nombre que querían que tuviese y en algunos casos alguna prenda o medallita para poder reencontrase en un futuro incierto. Pero en el caso de la bisabuela Roberta, tenía que haber algo más: algunas instrucciones pidiendo un trato especial y algún tipo de promesa de pagos a cambio. 

Día 30, Día 29, Día 28, día 27... en la Inclusa no habían abandonado a nadie con el nombre de Roberta. 

11:15 de la mañana. Me quedan cuarenta y cinco minutos.


Cambio de planes

Había que aceptar la noticia: La bisabuela no tenía registro. Se perdió su papel. O igual ni siquiera pasó por la Inclusa. A fin de cuentas, esa fue una deducción a la que llegué porque el convento donde decían que se crió no existía y las Hijas de la Caridad estaban antes en este otro sitio. Pero nadie había podido confirmar eso aún.

Entonces caí en la cuenta. Oviedo. No sé cómo lo sabría la bisabuela, pero había nacido en Oviedo. En la tesis de Carmen Maceiras había yo encontrado un caso similar. El interés por ocultar y mantener en secreto la procedencia de la criatura, llevaba al extremo de trasladar a los niños a las inclusas más lejanas posibles, como en este caso en que el párroco de una Parroquia de Santander pedía informes de un niño que tuvo “una señorita soltera de categoría y familia distinguida”. 

Lo llevaron a la Inclusa de Madrid y quieren saber su estado. Dicen que pagarán por su lactancia y cuidados. Ruegan que no lo entreguen a una nodriza de un pueblo. Dan las señas del niño: “Llevó una faja con ciertas letras” y piden que “lo cuiden más de lo ordinario”.

¿Cuánto tardaría una niña nacida en Oviedo en ser entregada a una parroquia y de ahí ser trasladada a Madrid? Rápido, los documentos de mayo. Por suerte estaban encima de la mesa, me habían traído hasta junio. 

1 de mayo, 2 de mayo, 3, 4, 5... nada. Igual era una semana después. O un mes. O dos. ¡Aaaay, Dios! No tenía tiempo suficiente para verlo todo, aquello era encontrar una aguja en un pajar. Tenía que pensar en un plan B:

    — Disculpe de nuevo.  

    — ¿Ha encontrado el expediente que buscaba?

    — La verdad es que está siendo más difícil de lo que imaginé

    — Eso les pasa a todos. Creen que esto está digitalizado o al menos que existe un listado de nombres, pero es una labor que sobrepasa la capacidad que tenemos los que estamos aquí, que no llegamos a 20 para cuidar 85 kilómetros de estanterías, algunos en estados muy lamentables.

    — ¡Caray, eso es como de aquí a Guadalajara!
     — No, hasta Brihuega, que está un poco más lejos.

    — La verdad es que veo ese libro con cuerdas y legajos que tiene usted ahí y me lo creo todo.

    — ¿Eso? Son actas notariales del siglo XVII. Un horror. Entonces ¿necesita que le pasemos más meses?

    — Bueno, acabo de recordar que me dijeron por correo que había otros documentos que sí tenían localizados, como el traslado al colegio de la Paz. No me queda mucho tiempo, pero igual podría consultarlos.

    — ¿De verdad? No tenía yo constancia... a ver. Ah, pues sí, está en el correo. ¿Qué año?

    — Debería de haber entrado al colegio en abril de 1881, al cumplir 10 años.

    — Espere un momento por favor.

¡PUM! Golpe en la mesa de libros al caer. El resto de investigadores levantaron la mirada.

    — Tome. De marzo a junio, para que no le falte.

Debía de haber empezado por ahí. Un listado alfabético por nombre indicaba los inscritos esos dos meses en el colegio, y una referencia señalaba todas las páginas con el expediente de esa persona. ¡Ahí estaba el historial de la bisabuela, todo ordenado y junto! ¡Por fin!

 

Bastaba con ir a la R y buscar su nombre: Ramón, Ricardo, Romualda... 

No entró ninguna Roberta en el Colegio de la Paz cuando Roberta cumplió 10 años, en abril de 1881, la edad fijada para pasar al colegio desde la Inclusa.

Tampoco en marzo. Ni en mayo, ni en junio.

12 del mediodía. Se acabó mi tiempo.    

Aquí terminó la investigación por aquél día. Tendré que replantear la búsqueda y encontrar otra fecha para continuar buscando.

¿Dónde estás, bisabuela? 

Así terminó la mesa. "No se preocupe, ya nos encargamos nosotros de recogerlo"


Comentarios

  1. Sabía del cariño de la prima Maruja por nuestra abuela.
    Muchas gracias por este trabajito de verano. No te rindas.

    José Luis Iglesias Martín.

    ResponderEliminar
  2. Que paciencia Iván es un trabajo inmenso hijo pero es muy curioso la verdad en aquellos tiempos era así papeles y mas papeles, en eso hemos ganado algo en el tiempo que corremos. Es genial lo que estas haciendo si lo viera estaria muy contenta.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La tapia del convento

Una de las historias más tremendas de las que me relató la tía fue aquel día que quedamos a comer y  apareció en la tele el actor Carlos Iglesias, hablando de su última película. Le comenté que era vecino de la casa de mis padres en Villalba, donde todavía vivía yo en aquel momento.  - Pues ese apellido es de niño huérfano -me dijo ella-, de los que abandonaban a la puerta del convento. Como no sabían de quién eran hijo, les llamaban "Iglesias Iglesias", seguro que su padre o su abuelo se llamaba así. - ¿Por duplicado? - Claro, como tu bisabuela Roberta. Roberta Iglesias Iglesias se llamaba. Y por eso tu abuelo Benito se llamaba Lorenzo Iglesias, porque era hija de una huérfana. - ¿Fue abandonada en un convento al nacer? - comenté horrorizado. - Pues sí. Parece que debió de ser alguien adinerado de Oviedo, algún lío de faldas, lo normal en aquellos años: según nacía el niño, ¡chum! de cabeza al convento.  - ¿Y cómo sabes que era adinerado? - Bueno, las Hermanitas de la Carida

El abuelo Feliciano en la guerra de Cuba

Con 78 años, la tía Maruja decidió aprender informática. Se compró un ordenador, una impresora, contrató una línea de internet, se apuntó a un curso y después decidió que era mejor pedir ayuda a su sobrino. Corría el año 2008, yo por aquél entonces trabajaba frente al parque de El Retiro, cerca de su casa. Un buen día me llamó por teléfono:      - Hola, sobrino. Oye, ¿si te escapas de tu trabajo, te invito a comer y me solucionas un tema de ordenadores?       - ¡Claro! ¿Qué problema tienes, tía?      - Es que a ver si me ayudas con esto, que he abierto un archivo con la contabilidad de la casa que quiero grabar, llevo varios días con ello y no soy capaz.      - ¿Grabar? Pero si lo has podido abrir ya debes de tenerlo grabado ¿no?       - Noooo, lo tengo en el ordenador, pero no está grabado.      - Pues entonces ya lo tienes ahí grabado. ¿dónde más lo quieres grabar?       - Pues en el…. ay, Dios, que ya no me acuerdo como se llamaba el chisme este       - ¿en un pincho USB?       - No

La viuda del Interventor

Esta es la única historia de la que no he sabido por la tía Maruja. Y sospecho que lo que atañe a la viuda del Interventor no lo sabe nadie. La versión oficial dentro de la familia, y así me la contó la tía aquella decía que el abuelo Benito no quiso aceptar ascensos durante la guerra y permaneció siempre reparando motores, que era lo que le gustaba. Así que en el juicio tras la guerra  se le consideró apto para continuar en el ejército tras una pequeña sanción simbólica.  La consulta que realicé en Julio de 2021 en el Archivo Histórico de Defensa de su sumario monstraba una historia bien distinta: no había sido capaz de probar su adhesión al bando vencedor durante el año que duraron los interrogatorios y se le acusó de Auxilio al Delito de Rebelión , enfrentándose a penas de cárcel de varios años y sanciones económicas que hubieran dejado a la familia muy mal parada, y eso sin contar con las acusaciones que llegaban en Novés, el pueblo de la abuela de que la nuestra era u