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El veredicto

El 7 de marzo de 1940, el abuelo Benito fue acusado de un delito de Apoyo a la Rebelión, convocándose un Consejo de Guerra para juzgarle. 
 
Una semana después se realizó el quinto y último interrogatorio. El juez instructor Víctor Cancho ya le había citado cuatro veces antes, y siempre el resultado era el mismo: el abuelo se reafirmaba en su primera declaración, sin añadir ninguna prueba más para probar su inocencia. En la citación final el trato cambió: ya dejaba de ser "el interrogado". Así fue cómo sucedió:
 

Último interrogatorio antes del Consejo de Guerra. 23 de marzo de 1940


   — Póngase en pie el "inculpado". A tenor del artículo 457 del Código de Justicia Militar se le exhorta a decir la verdad en lo que sepa y se le pregunte. ¿Está claro?
 
 — Sí, señor. 
 
 — Señoría, si no le importa. 
 
 — Disculpe, señoría. Sí, señoría. 
 
 — El inculpado don Benito Lorenzo Iglesias (es decir, usted) es auxiliar de obras y talleres del C.A.S.E., de 36 años de edad, natural de Madrid, vecino de Carabanchel Alto, hijo de Antonio y Roberta, ¿Es correcto? — mientras leía estos datos, el secretario escribía a máquina. 
 
 — Sí, señoría. 
 
 — Y vive actualmente en Moncada, calle Mayor, en el Café Royalti, donde se encuentra bajo arresto domiciliario. ¿Su arresto se está produciendo en un Café? 
 
— Sí, señoría, unos conocidos me dejan vivir ahí mientras dura el juicio porque yo no tengo ya casa en Valencia. 
 
— Está bien, está bien. ¿Sabe usted los motivos por los que se le procesa? 
 
— Creo que es por haber estado reparando camiones cuando estaba en el cuartel. 
 
— Señor secretario, hagale entrega del auto de procesamiento al inculpado — el secretario paró de teclear, se levantó y le llevó a Benito Lorenzo los papeles.
 
 — Lea, por favor. 
 
 — Aquí dice "Delito de apoyo a la rebelión". 
 
 — Eso es. Es un delito grave. Y son sus propias declaraciones previas las que han servido para inculparle. Señor secretario, múestrele las hojas con las cuatro declaraciones — El secretario se acercó con las declaraciones anteriores, firmadas de puño y letra por "Benito Lorenzo" y se las mostró una a una —. ¿Se ratifica usted ellas?
 
 — Sí, señoría. Sí, son mis declaraciones. 
 
 — ¿Y no tiene algo más que añadir en su defensa? 
 
 — No, señoría. 
 
El secretario ya estaba a punto de terminar de redactar y sacar la hoja de la máquina de escribir cuando el juez añadió por sorpresa: 
 
— En ese caso, me gustaría hacerle algunas preguntas nuevas. ¿Ha pertenecido usted a algún partido político durante el Glorioso Movimiento Nacional? 
 
 — ¿El Glorioso Movimiento, señoría? 
 
 — ¡La guerra, hombre!
 
 — Ah, no, no. 
 
— ¿Y antes de la guerra? 
 
 — No, señoría. Tampoco. Nunca. 
 
— ¿Ni organización sindical? 
 
 — No, señoría. 
 
— ¿Algún comité? 
 
 — Tampoco, señoría. 
 
 — ¿Tiene en su haber actos delictivos? 
 
 — No, señoría. 
 
— Bien — en ese momento, el juez debió de coger la declaración a favor del abuelo de doña Margarita Parpal, la viuda del Interventor General del ejército.
 
 — Atento a esta pregunta ¿Ha favorecido usted a personas de orden? 
 
 — Bueno, he contribuido al Socorro Blanco.
 
 — El Socorro Blanco...
 
 —  Sí ¿sabe usted? El fondo de ayuda a las monjas perseguidas. 
 
 — Ya sabemos lo que es el Socorro Blanco. Bien, ha dado usted dinero para las monjitas. Pero ¿ha favorecido a personas de orden EN CONCRETO?
 
 — ¿En concreto? No entiendo a quién se refiere. 
 
 — Dígamelo usted. Tenemos un testimonio sobre cierta ayuda sobre la que usted jamás ha mencionado nada en los interrogatorios, y no entiendo por qué. ¿Sabe de quién le hablo? 
 
 — Pues como no sea las monjas de mi madre. 
 
 — ¿Las monjas de...? Ay, señor. Venga, vale. Hábleme de las monjas ¿de su madre? ¿No las había acogido usted? 
 
 — Bueno, realmente fue en casa de mi madre Roberta, que se había criado con ellas cuando niña ¿sabe usted? Las escondió, creo que fueron cuatro. Corrían mucho peligro en aquellos meses. 
 
— ¿En Fernández de la Hoz 36, Madrid? 
 
 — Sí, eso eso. 
 
 — En su primer testimonio afirmó que ese era también su domicilio. 
 
 — Sí, bueno, al volver de Valencia... 
 
 — Era su docimilio y por tanto, usted fue parte en aquello. 
 
 — Bueno, si usted lo dice... 
 
 — ¿Cuánto tiempo estuvieron ahí? 
 
 — Pues más de un año estuvieron. Yo estaba entonces en Valencia cuando salieron, pero... 
 
 — No le he preguntado dónde estaba usted ¿Y tiene idea de cómo consiguieron escapar? Dígame que al menos eso lo sabe. 
 
— Sí, sí, claro que lo sé, por mediación de una embajada se las llevaron a zona Nacional. 
 
— ¿Qué embajada? 
 
— No sabría decirle... 
 
 — ¡Suficiente! Señor secretario, que no conste esta última pregunta. 
 
— Pero señor Juez, el acusado ha dejado claro que no sabe... 
 
— ¡He dicho que no conste! Traiga el papel, y que firme aquí el inculpado.
  

 
El juez estampó también su firma y debió de respirar aliviado. En el resumen del auto que escribió a continuación decía: "Con anterioridad al G.M.N [Glorioso Movimiento Nacional] observó buena conducta, [...] no ha obtenido ascensos" y finalmente pudo añadir la frase que cambiaría el destino del abuelo "y ha favorecido a algunas personas de orden". ¡Había días que los propios encausados se lo ponían muy difícil!
 
A partir de ese momento el criterio del fiscal cambió. Si en meses anteriores había sido partidario de una condena severa para Benito por haber sido cómplice del ejército de la República, en su  último informe antes del Consejo de Guerra, el 3 de abril, suavizó considerablemente su dureza: añadió que al haber  favorecido a personas de orden, su delito no merecía realmente más que un año de prisión menor y quizá alguna multa sin determinar.

Consejo de guerra. 17 de abril de 1940

Dos semanas después se reunió el Consejo de Guerra. En él, el fiscal volvió a descafeinar aún más sus pretensiones y añadió el atenuante de "necesidad". Esto es, le justificaba que no pudiera lanzarse a la aventura de pasarse a las filas Nacionales porque tenía una familia que mantener, así que rebajó la pena a seis meses y un día. El abogado por su parte escribió que ahí no había delito alguno y pidió la absolución.
 
El veredicto con su sentencia se falló ese mismo día, pero la sentencia firme no estaría hasta el 9 de mayo. Le fue entregada en mano el 16 de julio en el Café Royalti de Moncada, que aún era su arresto domiciliario: se le declaraba culpable. Seis meses y un día de prisión menor, sin empleo ni sueldo durante ese tiempo. Podía descontar el tiempo que llevaba ya de arresto domiciliario. Como empezó el 9 de abril de 1939, su condena había terminado el 9 de octubre, hacía ya más de ocho meses.
 
 

 

 

El final de esta historia

El mismo día que le comunicaron la sentencia le entregaron una segunda notificación, también firmada el 9 de mayo: Su Excelencia el Jefe del Estado, para conmemorar el día del Caudillo (que era el mismo Jefe del Estado)  le concedía la gracia del indulto y así la pena de prisión quedaba extinguida desde ese mismo momento. Como el día del Caudillo había sido 1 de octubre, le habían perdonado 8 días de carcel. Eso sí, la magnanimidad del Jefe del Estado no le libró de la suspensión de sueldo. 
 
El caso se archivó a las pocas semanas y fue enviado al Archivo General de Madrid en 1943, donde ha permanecido hasta hoy. Es un documento público de libre consulta desde 2008.

Doña Margarita Parpal, viuda de Alfredo Serna, no se volvió a casar ni tuvo hijos. Terminó sus días viviendo en Barcelona. Cada 20 de julio en la Vanguardia le hacía una reseña por su santo como una de las distingidas damas de la sociedad del momento. 1962 fue el último año que la hicieron esta mención.



Cuatro preguntas sin respuesta

Conocí esta historia por los archivos oficiales el pasado mes de julio. Al ir transcribiéndola en profundidad han aparecido algunos detalles que se me pasaron por alto al principio:


1. ¿Monjas escondidas en casa de la bisabuela Roberta? Esta historia la tía Maruja no me la contó, pero sus primos sí la conocían, porque los más mayores vivieron en la casa de Fernández de la Hoz en aquel momento y se la han transmitido a los más jóvenes de esa rama de la familia. Ahora bien, de lo de las monjas huyendo a través de una embajada como una novela de espías nadie sabía nada. 
 
2. ¿El abuelo Benito saboteó un coche para ayudar a una señora a reunirse con su marido enfermo, sabiendo que el Servicio de Inteligencia Militar le vigilaba? Esta historia sí que era completamente desconocida en su totalidad.
 
3. ¿Cómo conoció la viuda del Interventor la historia de las monjas? Quizá pudo hablar con el abuelo Benito unos días antes cuando se enteró de su arresto domiciliario, pero si el abuelo no se le ocurrió mencionarlo durante un año, me inclino a pensar que la conoció por otra fuente ¿La bisabuela Roberta, quizá?

4. ¿Cómo es que el abuelo nunca habló de la ayuda que prestó a la viuda en sus declaraciones?   ¿y cómo es que sólo sacó la historia de las monjas tras las preguntas tan dirigidas del juez instructor en su última declaración? Creo que ni siquiera fue consciente de la ayuda que había prestado, o le quitó importancia hasta tal punto de no mencionarlo en el juicio, a pesar de que fue eso lo que le salvó. Y así, otros hicieron por salvarle a él. 
 
Aquel arresto simbólico fue el resultado de dos grandes fuerzas tirando cada una hacia un lado hasta casi quedar equilibradas, una tratando de condenarle por rebelión y la otra salvándole por haberse arriesgado para ayudar a otros. Pero esto sólo lo puede saber quien ha podido ver el sumario completo, que no ha sido público hasta 2008.

Para el abuelo Benito que nunca pudo conocer los entresijos de su juicio, realmente nunca había hecho nada especial.
Siempre creyó que la balanza estaba prácticamente vacía en ambos platillos y que por eso se desequilibró no más que un poco en su contra con esos pocos meses de condena que ni tuvo que cumplir, y así se lo dijo a su familia, convencido de que eso fue lo que sucedió. Y tal cual me lo contó la tía Maruja.
 
 

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