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Mostrando entradas de junio, 2021

La tapia del convento

Una de las historias más tremendas de las que me relató la tía fue aquel día que quedamos a comer y  apareció en la tele el actor Carlos Iglesias, hablando de su última película. Le comenté que era vecino de la casa de mis padres en Villalba, donde todavía vivía yo en aquel momento.  - Pues ese apellido es de niño huérfano -me dijo ella-, de los que abandonaban a la puerta del convento. Como no sabían de quién eran hijo, les llamaban "Iglesias Iglesias", seguro que su padre o su abuelo se llamaba así. - ¿Por duplicado? - Claro, como tu bisabuela Roberta. Roberta Iglesias Iglesias se llamaba. Y por eso tu abuelo Benito se llamaba Lorenzo Iglesias, porque era hija de una huérfana. - ¿Fue abandonada en un convento al nacer? - comenté horrorizado. - Pues sí. Parece que debió de ser alguien adinerado de Oviedo, algún lío de faldas, lo normal en aquellos años: según nacía el niño, ¡chum! de cabeza al convento.  - ¿Y cómo sabes que era adinerado? - Bueno, las Hermanitas de la Carida

Antonio, el bisabuelo gallego que emigró a Argentina

Un día, comiendo en casa de la tía Maruja, me di cuenta de que no había pan, algo que me puso algo nervioso, porque me cuesta mucho comer sin pan.      - Eso es que has salido al abuelo panadero.       - ¿El abuelo Benito? ¿Pero no reparaba radios?      - Noooo. No tu abuelo. MI abuelo, el padre de tu abuelo Benito. Se llamaba Antonio Lorenzo, y era de Vivero. Tu conoces Vivero, íbamos en verano cuando tú eras pequeño.  "Antonio estaba casado con la bisabuela Roberta. Era el típico caso de gallego que se fue a las Américas a hacer fortuna. Lo que pasa es que en su caso el orden fue otro. Primero hizo fortuna con el pan. Tenía panaderías. No una panadería, panadería-S , varias por todo Madrid. Una de ellas estuvo mucho tiempo abierta, en la calle Toledo, cerca de la plaza Cascorro. ¿No la conoces? Hace mucho que no paso por ahí pero a lo mejor aún está abierta. A esa iba todos los días tu bisabuela Roberta a comprar el pan, y claro, como era la mujer del dueño no pagaba.  Y un

Doña Roberta y don Niceto

Siempre me gustó mirar la colección de callejeros que tenía la tía Maruja en el comedor. Especialmente me fascinaba una guía de calles de Madrid en el que aparecía una realidad distinta a la que yo conocía: un arroyo donde ahora estaba la autopista M-30, una estación de tren junto al que fue mi colegio y que ahora era una torre de apartamentos… y nombres. Muchos nombres de calles que ya no se llamaban así y que la tía Maruja seguía usando muchos años después.  Las calles principales me las sabía, me hacía gracia que se siguiera refiriendo a El Corte Inglés de Nuevos Ministerios como “el de Generalísimo”, 20 años después del cambio de nombre de la calle, o que a los propios Ministerios les siguiera llamando “los Altos del Hipódromo”, cuando el Hipódromo había desaparecido cuando ella tenía apenas tres años.  Un día de esos que quedamos a comer a cambio de ayudarla a comprar unos billetes de avión por Internet para ir a Italia, ella me puso a prueba preguntándome por nombres de calles an

El abuelo Feliciano en la guerra de Cuba

Con 78 años, la tía Maruja decidió aprender informática. Se compró un ordenador, una impresora, contrató una línea de internet, se apuntó a un curso y después decidió que era mejor pedir ayuda a su sobrino. Corría el año 2008, yo por aquél entonces trabajaba frente al parque de El Retiro, cerca de su casa. Un buen día me llamó por teléfono:      - Hola, sobrino. Oye, ¿si te escapas de tu trabajo, te invito a comer y me solucionas un tema de ordenadores?       - ¡Claro! ¿Qué problema tienes, tía?      - Es que a ver si me ayudas con esto, que he abierto un archivo con la contabilidad de la casa que quiero grabar, llevo varios días con ello y no soy capaz.      - ¿Grabar? Pero si lo has podido abrir ya debes de tenerlo grabado ¿no?       - Noooo, lo tengo en el ordenador, pero no está grabado.      - Pues entonces ya lo tienes ahí grabado. ¿dónde más lo quieres grabar?       - Pues en el…. ay, Dios, que ya no me acuerdo como se llamaba el chisme este       - ¿en un pincho USB?       - No

Prefacio: Ariadna frente a la tumba de la tía Maruja

    A mi hija Ariadna le impresionó mucho la muerte de la tía Maruja. Tenía cuatro años y quiso ir al velatorio. Allí insistió en acercarse a ver el cadáver presente tras el cristal donde permaneció un rato largo a solas.   Cuando se cumplió el aniversario de su muerte me sorprendió diciéndome que quería ir a visitar su tumba para llevarla flores y que supiera que la recordamos. En su momento lo dejé pasar, Madrid estaba colapsada por la mayor nevada en un siglo y semanas después nacería Violeta, su hermana pequeña. Cuando empezaron las dificultades para vender el piso de la tía, Ariadna volvió a insistir por segunda vez en ir al cementerio.    El día del bautizo de Violeta, tras meses y meses de tratar de cerrar la venta del piso sin éxito, llegamos a la conclusión de que algo no estábamos teniendo en cuenta. Tras el convite nos fuimos Pilar, mamá y yo al piso vacío, a tratar de entender qué seguía atando aquellas paredes a la familia.    Sentados en el suelo del salón sin muebles en