Mi hermano David me envía esta historia:
Era la época en la que yo trabajaba en una agencia de publicidad y una de nuestras marcas, el whisky Dyc creo que era, organizaba conciertos en el auditorio. Me dieron dos entradas y llamé a la tía.
- Hola tía.
- Hola sobrino.
- ¿Qué haces el miércoles por la tarde?
Y así, yo con mis entradas llegué al auditorio en cuya puerta me esperaba paciente la tía. Como íbamos con tiempo nos paseamos por el interior para conocerlo. Debía ser el año 96 de manera que el edificio, que se había inaugurado apenas 8 años antes, rezumaba aún el aroma de las cosas nuevas. Una vez tomamos asientos le recordé mi época como figurante en la Ópera Pagliacci cuando aún se representaba en el teatro de la Zarzuela. El director de la ópera había sido Emilio Sagi, y al oir su nombre la tía saltó:
- ¿Emilio Sagi? Ah. Ese es el nieto de Emilio Sagi-Barba. Si hombre, el cantante de ópera. Era muy famoso. Una vez mis padres me llevaron a verlo.
Al parecer fue antes de que nacieran sus hermanas y hermano y ella contaba con apenas un año. Los abuelos (Benito y María) la llevaban a todas partes porque era muy buena y ni protestaba ni lloraba ni nada. Y aquella vez la llevaron a la ópera y estaban los tres en un palco, nada menos. Era un palco con barrotes, no cerrado, de manera que el pequeño bebé, siempre curioso, tenía un ángulo excelente para ver al barítono y de paso al resto del teatro, adornos, patio de butacas, otros palcos hasta que ¡pop! antes de darse cuenta su cabeza había pasado al otro lado de los barrotes.
Al principio la nena no dió motivos de preocupación hasta que quiso devolver la cabeza este lado de los palcos y se lo impedían dos pequeños topes que eran las orejas. Los abuelos, intentando ser discretos, empujaban, giraban, rotaban la cabeza sin éxito alguno y aumentando la preocupación del bebé. Hasta el punto que ella empezó a llorar, primero flojito y después no tan flojito.
A medida que se producían los intentos infrucuosos de sus padres por sacarla de ese atolladero, daba la sensación de que la cabeza se hacía más grande. Los llantos se empezaban a oír por encima de la orquesta y con más deshonor para el artista, por encima de Sagi-Barba. Hasta que éste hizo un gesto a la orquesta para que parase y dirigiéndose al joven matrimonio del bebé sacó toda la fuerza de su diafragma para soltar un potente gruñido:
- ¡Ese niño, por Dios!!!! ¿Es que nadie va a hacer callar a ese niño?
Como respuesta, en el silencioso teatro, todas las miradas se clavaron en el palco del molesto bebé donde aún seguía berreando con desconsuelo. A la abuela María le dio tanta verguenza que agarró a mi tía por los pies y dio un fuerte tirón que a poco le arranca las orejas. La tía Maruja dejó así de llorar y el espectáculo siguió con el guión previsto.
Una vez me cuenta esto las luces del auditorio se apagan y aparece un guitarrista oriental muy viejecito que el público recibe con corteses aplausos.
Yo, durante gran parte de su actuación, lucho por aguantar una carcajada que no me ha dado tiempo a soltar.
Algunas averiguaciones
Comparto la investigación que he realizado sobre aquella noche en la ópera:
Sagi-Barba fue el báritono preferido de toda España durante el primer tercio del siglo XX, además de director de orquesta y empresario teatral. Las zarzuelas más conocidas las estrenó su compañía, la del Teatro Calderón, las primeras grabaciones que existen de esas obras en discos de pizarra de apenas 5 minutos son las suyas y basta buscar su nombre en internet para escucharlas.
He estado investigando para tratar de descubrir alguna pista que pudiera localizar el evento. La pista es precisamente los barrotes en los que se quedó atrapada la tía Maruja.
Ella nació un 23 de marzo de 1931. Un mes más tarde terminaba la temporada lírica, por lo que era aún muy pequeña para que pudiera estar a su aire metiendo la cabeza entre barrotes. Tras el verano don Emilio Sagi-Barba su compañía del teatro Calderón estuvieron de gira por provincias, regresando a Madrid a partir de enero de 1932.
En 1932, don Emilio estuvo lo que quedó de temporada hasta abril cantando dos zarzuelas de estreno en el Calderón (una de ellas, Luisa Fernanda), pero se trata de un teatro que no tiene barrotes... y tras terminar la temporada dijo adiós a su carrera, algo que conmocionó a buena parte del país y que tuvo eco en la prensa del momento.
Entonces ¿cuándo sucedió la historia de la tía? La respuesta la encontré en esta página especializada en ópera: Para apoyar a su hijo Luis en su carrera de barítono, decidió dar un último concierto, un relevo generacional. Sería en el Teatro Ideal (hoy cine).
Para alguien tan aficionado a la zarzuela como el abuelo Benito era la última oportunidad de ver en directo a don Emilio cantar, aunque para ello tuviera que llevarse al teatro a una cría de algo más de un año. Total, si era bastante buena y nunca lloraba. ¿Sería ese el teatro? Las fotos de época muestran el elemento clave: las butacas del piso superior tienen barrotes.
Lo que cantó Emilio Segi-Barba y su hijo está documentado en el anterior enlace. De un número existe grabación en disco de pizarra cantada por el propio don Emilio. No, no se oye a la tía llorar, de las más de 2 horas que debió de durar aquél último concierto, esto no es más que un pequeño trozo de 3 minutos. Aún así, emociona escucharlo. En este enlace está.
PD. Para tratar de descubrir el evento, intenté contactar con el nieto, Emilio Sagi. En su web de la compañía tenía un formulario y le copié sin más el texto que me envió mi hermando David, titulándolo "una anécdota de su abuelo".
No conseguí obtener ninguna información, pero sé que lo ha leído. Al cabo de unos días me respondió escuetamente al correo:
Estimado Sr. Villarubia,
Muchas gracias por enviarme su anécdota.
Un cordial saludo
Emilio Sagi
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