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La viuda del Interventor

Esta es la única historia de la que no he sabido por la tía Maruja. Y sospecho que lo que atañe a la viuda del Interventor no lo sabe nadie.

La versión oficial dentro de la familia, y así me la contó la tía aquella decía que el abuelo Benito no quiso aceptar ascensos durante la guerra y permaneció siempre reparando motores, que era lo que le gustaba. Así que en el juicio tras la guerra  se le consideró apto para continuar en el ejército tras una pequeña sanción simbólica. 

La consulta que realicé en Julio de 2021 en el Archivo Histórico de Defensa de su sumario monstraba una historia bien distinta: no había sido capaz de probar su adhesión al bando vencedor durante el año que duraron los interrogatorios y se le acusó de Auxilio al Delito de Rebelión, enfrentándose a penas de cárcel de varios años y sanciones económicas que hubieran dejado a la familia muy mal parada, y eso sin contar con las acusaciones que llegaban en Novés, el pueblo de la abuela de que la nuestra era una familia de rojos. 

Con el Consejo de Guerra ya anunciado en marzo de 1940 y la sentencia a punto de producirse se incorporó al sumario un testimonio. Había sido realizado un año antes, pero no se había tenido en cuenta durante el tiempo que duró el proceso. Y cambiaba bastante la historia, y también lo que yo creía saber sobre mi abuelo hasta ese momento.

 

Valencia, 20 de abril de 1939

Habían pasado apenas tres semanas desde el final de la guerra. Once días desde que el abuelo Benito fue llamado a declarar por ser parte del ejército perdedor y sometido a arresto domiciliario en Moncada, a las afueras de Valencia, sospechoso por no haberse pasado a la sublevación de los ganadores.

Al poco de enterarse de la noticia, una mujer que en ese momento vivía en Valencia tomó la decisión de dar su versión de los hechos. Tras unos días, consiguió que se la tomase testimonio jurado ante alguna autoridad (no consta cuál), para corregir lo que ella creía que era una injusticia.
 
Tenía unos sesenta años por aquellos días, había sido maestra toda su vida, y se la notaba instruida y de buena familia. Lo que en la sociedad del momento se llamaba ser una persona "de orden". Debía de tener aún un cierto acento catalán tras años viviendo en Madrid, aunque realmente ella era de Menorca.

Tras lograr llegar al oficial que le tomaría la palabra (llamémosle teniente Molero) y una vez conseguido un secretario que fuera transcribiendo a máquina (llamémosle cabo García), sucedió lo que sigue:

    — ¿Tiene ya el papel preparado, García? Muy bien, puede empezar a transcribir. Señora, hágame el favor de decirme su nombre completo y estado civil.

    — Me llamo Margarita Parpal Marqués, viuda de...

El sonido de la máquina se detuvo apenas tres segundos después de empezar:
 
    ¿Perdone, ha dicho Palpar? dijo el cabo García.
 
    No, no. Par - pal, la primera con R, la segunda con L.
 
    ¡Mierda, y nada más empezar! - masculló García en voz baja mientras empezaba a sacar el papel de la máquina de escribir. 

    Deje ese papel ahí, García, que en estos tiempo hay escasez de todo. Lo corrige a mano y punto. Siga por favor.
 
    Margarita Parpal Marqués, viuda de Alfredo Serna y Mira.
 
    ¿Don Alfredo? ¿El Interventor General?
 
    El mismo.
 
    Apúntalo así, García: "Excelentísimo señor don Alfredo Serna y Mira, Interventor General del Ejército". Y luego añade: "Certifica que..." Me dicen que quiere usted testificar a favor de un tal Benito Lorenzo, Auxiliar de Obras y Talleres del C.A.S.E. que está siendo investigado por pertenecer al ejército rebelde, según leo en la copia del expediente. ¿Cierto, doña Margarita?
 
    Es un error, señor... 
 
    Teniente Molero.
 
    Es un error, señor Molero. Esa persona nos ayudó a mi difunto esposo y a mí cuando estuvimos encarcelados durante el asedio rojo. Es inocente.

    — Eso serán otros quien lo juzgen, señora. Cuéntenos lo que tenga que aportar que afecte al tal Benito Lorenzo.
 
    Alfredo... quiero decir, mi difunto esposo estaba mal de salud cuando nos encarcelaron en Madrid, a él le acusaban de ser un espía para las filas de los Nacionales. El gobierno se iba a trasladar a Valencia, allá por noviembre de 1936, y a mí me liberaron al cabo de un mes, pero a él dijeron que se lo iban a llevar también a Valencia, a la prisión de Monte Olivete, porque era un preso de mucho valor. Yo pedí que me llevaran con él para cuidarle, que no iba a aguantar sólo, pero no me dejaron. Al salir yo de prisión busqué la ayuda de alguno de sus subalternos en el cuartel para que de alguna manera me pudiera ir yo a Valencia. El señor Lorenzo se prestó a ofrecérmela.
 
     —¿Benito Lorenzo estaba a las órdenes de su marido?

    — Eso es, en el cuartel de Carabanchel, en Madrid.

    — García, compruebe eso en el expediente.
 
García dejó de teclear y consultó los datos.

    — Es cierto, mi teniente.
 
    — Bien, sigamos. ¿Dice usted que la ayudó a llegar a Valencia para juntarse con su esposo, aún sabiendo que lo habían encarcelado los rojos acusado de ser espía del Movimiento Nacional?
 
    — Eso es.
 
   Esto es importante, señora. Él ha declarado hace unos pocos días que no podía hacer ningún movimiento sospechoso por estar vigilado, así que su testimonio contradice lo que ha dicho el propio interrogado ¿cómo fue que le pudo ayudar en esa situación?
 
    Verá usted, señor Molero. Estaban ya preparando el traslado de todo el gobierno, con todos los camiones que iban a salir de Madrid. Sólo estaban autorizados a ir a Valencia los funcionarios, militares republicanos y sus familias. Él como trabajaba en el taller estaba a cargo de revisar los motores de todos los vehículos del cuartel de Carabanchel los días previos.
 
     García, no anote eso. Señora, todo esto que está usted contando ya lo sabemos. ¿Qué es lo que hizo para audarla?
 
     — ¡Pues que consiguió mediante actos de sabotaje dejar un coche inutilizado para que no saliera del cuartel el día que todo el gobierno se fue! En ese coche ya reparado me trasladaron a Valencia luego después sin levantar sospechas, cuando ya se habían ido todos.
 
    Eso es testimonio directo de la testigo ¿Lo ha transcrito, García? 
 
     Sí, mi teniente.

     — Bien ¿Y en eso consistió su ayuda?
 
    Hubo más, hubo más. Durante los nueve meses que estuvo mi esposo en la cárcel de Monte Olivete en Valencia siempre buscó la manera de favorecernos, gracias a que su cuartel estaba muy cerca de la prisión. Se arriesgó mucho, el S.I.M, el Servicio de Inteligencia Militar, estaba muy encima de él, todo el día vigilándole, como bien ha dicho usted.  Sabían que nos estaba ayudando.
 
    Bien, doña Margarita. Me hago cargo de la ayuda que ese hombre debió de proporcionarles a usted y a su difunto marido, que en paz descanse. Su testimonio será enviado como una prueba más en el expediente de Benito Lorenzo. García, añada el "para que conste", fecha y todo eso y lo deja listo para firmar.
 
    Espere, por favor. Hay algo más.

    Aguarde, García. 
 
El cabo García se retuvo de finalizar el testimonio con los usuales formalismos de fechas y vivas al bando ganador y esperó. Una vez cesó el ruido del teclear, el teniente Molero se dirigió nuevamente a la viuda:
 
    Usted dirá.
 
    Fue también en el año 36. En su casa de Madrid en... ay, espere, que tengo por aquí apuntada la dirección... ¡aquí! Fernández de la Hoz, 36, tercero. Allí fueron recogidas cuatro Hermanas de la Caridad cuando la encarnizada furia roja. Si no hubiera sido por su ayuda escondiéndolas, igual ahora no lo cuentan las pobres. 
 
    ¿Tuvo escondidas Hermanas de la Caridad? Pudo haberle costado la vida si le descubren las milicias.

    Les aseguro que ese hombre no era adicto a la República.

   Su testimonio queda, doña Margarita. Haremos constar su afirmación de adhesión al nuevo régimen. García, apúntelo tal cual, "Asegurando que no era adicto al régimen anterior y sí al régimen Nacional", escriba esta última palabras con mayúsculas todas  ¡"Era" sin hache, por Dios! ¿Dónde aprendió a escribir, García? Venga, añada los formalismos de rigor: "para que conste, blabla..." ¿dónde vive usted, doña Margarita?
 
    — Aquí en Valencia en Avenida Germanías 49. Pero no es mi domicilio normal, mi casa está en Madrid.
 
   No se preocupe, que lo dejamos reflejado. García, apunte luego a mano que es domicilio accidental. ¿Está todo?
 
    Está, mi teniente.
 
    Bien. Añada el saludo a Franco, el "Arriba España" con exclamaciones, fecha y ya estaría. Franco en mayúsculas y sin errores ¿eh, García? no me haga como la semana pasada. Bien, pues si me hace el favor, doña Margarita, firme debajo de la fecha.
 
    ¿Aquí debajo del día?
 
    No, al final, después de donde pone "Año de la Victoria"



 
Cuando leí este testimonio en la mesa de aquella sala del Archivo Histórico me quedé conmocionado: mi abuelo no se había limitado a hacer su trabajo y a renunciar a ascensos, como siempre me contaron. Había tomado partido en una guerra de una manera valiente, no empuñando armas o matando a otros, sino ayudando a gente. A doña Margarita para que pudiera cuidar a su marido, aún sabiéndose en peligro. Y a cuatro monjas a las que salvó la vida arriesgando la suya y la de su propia familia escondiéndolas en su casa. Desde que lo descubrí hace unos meses me he sentido orgulloso de tener un abuelo así, que cuando todo el mundo había perdido la cabeza supo hacer lo correcto aunque fuera difícil. Cada vez que lo pienso así, me emociono.
 
Pero nadie supo nada de eso durante el año que duró el proceso. El testimonio fue ignorado por parte de los militares que investigaban sus simpatías e ideas políticas. Y lo más extraño: en los cuatro interrogatorios que tuvieron lugar en ese tiempo, él tampoco hizo jamás mención alguna a estos dos hechos que le podían haber salvado fácilmente.

Y con esa parte de la historia extraviada se consideró el 1 de marzo de 1940 que debía de formarse un Consejo de Guerra para juzgarle por el Delito de Auxilio a la Rebelión.

Sin embargo, cuando faltaba sólo una semana para iniciarse el Consejo, el juez instructor Víctor Cancho sometió al abuelo a un último interrogatorio bastante inusual, que determinó el rumbo del juicio y el veredicto.
 
(continua en "El Veredicto")

Comentarios

  1. María Lorenzo Montoro escribió:

    Me parece muy emotivo esto q has puesto
    Nos da una visión más amplia de cómo era en realidad nuestro abuelo (al que tú y yo por desgracia no llegamos a conocer)
    Y no es que no supiéramos que era bueno hasta decir basta, es la forma de pensar de terceros que se añaden en este capítulo (Margarita) sobre él, la delicadeza y la forma de expresarlo tu además es un plus.
    Con todo esto, estás poniendo orden y haciendo justicia.
    Para mi es una pena no poder estar ahí ayudándote porque sabes que me encantaría
    Pero si alguna vez fueseis a Oviedo a ver el tema de la bisabuela Roberta estaré encantada de acompañaros a indagar o " bichear" como se dice por tierras extremeñas🤭

    O si por esas casualidades de la vida sale algo de la familia por estas tierras extremeñas ( no creo, pero nunca se sabe. Esta familia es una cajita de sorpresas) no dudes en decírmelo que yo voy donde haga falta para buscarte lo q necesites saber

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