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Doña Roberta y don Niceto

Siempre me gustó mirar la colección de callejeros que tenía la tía Maruja en el comedor. Especialmente me fascinaba una guía de calles de Madrid en el que aparecía una realidad distinta a la que yo conocía: un arroyo donde ahora estaba la autopista M-30, una estación de tren junto al que fue mi colegio y que ahora era una torre de apartamentos… y nombres. Muchos nombres de calles que ya no se llamaban así y que la tía Maruja seguía usando muchos años después. 

Las calles principales me las sabía, me hacía gracia que se siguiera refiriendo a El Corte Inglés de Nuevos Ministerios como “el de Generalísimo”, 20 años después del cambio de nombre de la calle, o que a los propios Ministerios les siguiera llamando “los Altos del Hipódromo”, cuando el Hipódromo había desaparecido cuando ella tenía apenas tres años. 

Un día de esos que quedamos a comer a cambio de ayudarla a comprar unos billetes de avión por Internet para ir a Italia, ella me puso a prueba preguntándome por nombres de calles antiguas, a ver cuántas me sabía. Así descubrí que Santa Engracia se llamaba García Morato y que el bonito nombre de Paseo del Cisne ahora no era más que Eduardo Dato, mucho más aburrido. 

    - ¿Y el paseo del Obelisco, sabes cuál era? Pues mira, el obelisco estaba en la plaza donde luego pusieron el monumento a Emilio Castelar y luego se lo llevaron a… Ay, Dios ¿dónde era? Ah, a la plaza de Roma.

    - Tía, que ahora eso es Manuel Becerra y hace años que ya no hay ningún obelisco.

    - ¡Pues ya lo han vuelto a cambiar de sitio otra vez, he he he! Bueno, pues hasta la plaza del Obelisco se bajaba a jugar tu abuelo Benito cuando aquello era todo bulevar y no pasaban apenas coches. Y el paseo subía desde allí.

Plaza de Emilio Castelar cuando aún tenía el obelisco, antes de 1914. A la derecha sale el Paseo del Obelisco.

    - Eso ahora es Martínez Campos ¿Hasta allí se iba a jugar? ¿Pero no vivían en Lavapiés? 

    - Noooo, que va. En aquel entonces, tu bisabuela Roberta vivía también en el Paseo del Obelisco, 34. ¡Justo al lado de la casa de don Niceto Alcalá-Zamora! No sabes quien era don Niceto, claro.

    - Pues se llama igual que el Presidente de la Segunda República.

   - ¡El mismo! Fue ministro de nosecuántos ministerios y siempre, siempre vivió en esa casa. Nunca quiso irse de allí, ni siquiera cuando fue el Presidente de la República, como sí hizo el otro, Azaña, que se mudó al Palacio Real. Cuenta tu bisabuela que era un señor muy educado y como buenos vecinos se saludaban todas las mañanas cuando se cruzaban por la calle: 'Buenos días, doña Roberta, Buenos días, don Niceto.' 

 

Casa de Niceto Alcalá-Zamora.  A la izquierda se ve una ventana de la casa donde la bisabuela Roberta criaba ella sola al abuelo Benito y sus dos otros dos hijos, los tíos Luis y José Fernando “Charlot”

"Figúrate cómo tenía que ser tu bisabuela para criar ella sola a tres chicos, que se iban metiendo en problemas uno tras otro. Y no se arredraba, no, no. Con tal de sacar adelante la familia, no se arredraba ante nada. 

Tu abuelo Benito se acababa juntando día sí y día también con chavales alborotadores que le usaban como anzuelo, porque tu abuelo de tan bueno que era, era tonto. ¡Ay, papá! Cuando todos esos armaban una gorda, llegaba la policía, y los otros se las apañaban para escapar como alma que lleva el diablo, y siempre, siempre le pillaban a él. 

Y cuando se enteraba la bisabuela, ¡bueno cuando se enteraba! Cogía su abrigo negro y allá que bajaba toda sería, chan chan, salía del portal, se iba al portal de al lado con paso firme, donde siempre había dos policías guardando la casa y se lanzaba a la casa sin esperar ni permiso ni nada, y entonces le salían los dos corriendo a impedir que entrase:

    - Oiga, que no puede pasar ¿Acaso no sabe usted de quién es esta casa? 

    -  ¡Lo sé perfectamente! Y sé que don Niceto está ahora mismo que le acabo de ver por el balcón. ¡Don Niceto, déjeme entrar!

    - ¡Señora, que no! 

    - ¡Déjenme pasar¡ !don Niceto, o sale usted o subo yo!

Claro, con tantos gritos, don Niceto se acababa enterando de lo que pasaba y al final acababa saliendo al balcón del despacho y desde arriba les decía a los policías:

    - Déjenla entrar. Buenos días, doña Roberta.

Detalle de la entrada donde se ven a los dos policías que custodiaban la casa habitualmente. Que la señora que pasa junto a ellos fuera la bisabuela Roberta con uno de sus hijos sería mucha casualidad, pero no es descabellado. En aquellos años eso eran las afueras y por ahí no pasaba apenas gente.

Y así como un torbellino subía tu bisabuela, ni buenos días ni leches. Entraba en la casa como si fuera suya, porque ya conocía el camino de otras veces y ni esperaba a que la dijesen 'pase', se metía en el despacho de don Niceto, que le esperaba resignado, el pobre. Porque menudo genio tenía la abuela Roberta.

    - Buenos días, doña Roberta.    

    - ¡A ver, don Niceto! Que me acabo de enterar que mi hijo Benito está otra vez en el calabozo.

    - Bueeeno, señora Roberta ¿qué ha pasado esta vez?

    - Nada, lo de siempre, que Benito estaba tirando piedras rompiendo las farolas de la calle, cuando han llegado los guardias y se lo han llevado al cuartelillo. 

    - Doña Roberta, si su hijo se dedica a provocar altercados públicos todas las semanas, se merece la prisión por una temporada, que no es la primera vez. 

    - Don Niceto, usted y yo sabemos PERFECTAMENTE quién está pagando a esos chiquillos para que tiren piedras y así poder luego justificar la mano dura. ¿Verdad? Así que si mi hijo Benito no está aquí para la hora de la cena, mañana lo sabrá también toda la prensa de Madrid ¿Estamos? 

Y don Niceto asentía resignado, porque también él lo sabía perfectamente.

    - Pues me bajo a hacer la cena.

Y se bajaba sin decir adiós. Y a la hora de la cena estaba tu abuelo Benito en casa. Esa era tu bisabuela."

   

Don Niceto Alcalá-Zamora en su despacho donde se defendía de la bisabuela Roberta cada vez que la policía detenía al abuelo Benito. Me lo imagino así de abrumado en su sillón.

 
Me costó un rato asumir que tenía una bisabuela que se atrevía a cantarle las cuarenta al Presidente de la República para que mi abuelo no tuviera que pasar la noche en el calabozo. Al final, tras interiorizar toda la historia, le pregunté a la tía Maruja:

    - ¿Y quién estaba pagando entonces al abuelo Benito para que rompiera farolas.
 
    - Anda, toma ¡el Conde de Romanones!
 
 

Algún dato más de la historia

He tenido que investigar un poco para poder entender cómo una simple amenaza de una madre enfadada hacía que un ministro usara todos sus poderes para que saliera de la cárcel un chaval que ni siquiera era mayor de edad. Tenía el abuelo Benito 17 años cuando se dedicaba a romper farolas a cambio de unas pesetas.
 
Álvaro Figueroa y Torres, Conde de Romanones. Cacique local, amañador de votos, amasador de fortunas, varias veces presidente del gobierno y hábil intrigante que siempre jugó a dos bandas cambiándose de chaqueta cuando tenía claro quién iba a triunfar: forzó la caída del régimen constitucional a favor de la dictadura de Primo de Rivera, conspiró para que éste cayera, aconsejó al rey Alfonso XIII que se fuera de España para dar paso a la II República… y acabó siendo procurador en las Cortes con Franco. 
 
Tras la Primera Guerra Mundial se desató una crisis tremenda en España que originó mucha revuelta social, especialmente en Barcelona a principios de 1919. El Conde de Romanones, entonces Presidente del Gobierno, buscaba una excusa para atajar esas revueltas por la vía dura, para lo cual necesitaba suspender las garantías constitucionales. Las revueltas de Madrid que la prensa magnificó, le dieron la justificación necesaria para hacerlo en abril de aquel año. Ignoro si los historiadores saben que él mismo estaba detrás de ellas. 

 
 
 
Portada de "El Fígaro" de 1 de marzo de 1919, diario cuyo principal accionista era el Conde de Romanones. Casi todos los disturbios que se ven en las fotos están protagonizados por chavales jóvenes como el abuelo Benito.
 
 
P.D. Si a alguien le interesa ver las casas de la bisabuela Roberta y de don Niceto, que nos las busque. Fueron demolidas hace años. Estaban en los números 32 y 34 de Martínez Campos (antiguo Paseo del Obelisco). Don Niceto fue sorprendido en el extranjero por la guerra, allí se enteró de que la casa había sido saqueada y decidió no volver a España. Años después se convirtió en la Casa de Córdoba y se cuenta que era de tal belleza que se decidió que debía de protegerse como monumento histórico, algo que se consiguió en 1980... un año después de que se hubiera derribado. Cuentan que en las obras de demolición, se encontró su búnker secreto.

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