— Tía, hoy me voy a tener que ir un poco pronto, que tengo que ir hacer un trabajo de campo a las afueras y tengo que ir a por el coche.
— ¡Anda! ¿Y por qué no lo has traído? Lo podías haber aparcado en la plaza de garaje.
— Pero si la plaza está ocupada por tu propio coche.
— ¡Uy, es verdad! Hace tanto que no uso el Ford Fiesta que ni me acordaba que estaba ahí. El día que lo mueva no va a saber ni poner el intermitente, hehehe.
— ¿Hace cuánto que no lo mueves?
— Pueeees, por lo menos un año o dos. No creo ni que le funcione la batería, fíjate.
— ¿Y te compensa?
— La verdad es que no, estoy pensando en venderlo, así cuando venga tu tío a de visita puede aparcar ahí. Y así me quito de pagar el numerito y el seguro... deberían de inventar un seguro que no te cubriera de ningún accidente pero que no te costara nada, para los coches que no se usan como éste, hehehe.
— Ah, eso es como lo que me contaba mi padre de los seguros franceses, que dicen que no te cubren de ningún accidente que te pase en la plaza del Arco de Triunfo.
— Anda ¿Lo conoces? ¿Has estado?
— Estuve una vez, y ciertamente era un lío, no sé si entraban 10 calles a la vez sin semáforos y era un búscate la vida.
— Diez no ¡doce! Como en un reloj. Te lo digo porque pasaba casi todas las semanas cuando viví en París.
— ¿De verdad vívías cerca de ahí? Eso es un barrio de clase alta ¿no?
— Sí señor, de très grande classe, que dicen los franceses. Todavía me acuerdo de la dirección: Avenida Montaigne, nº11, Huitème Arrondissement, el distrito ocho, la avenida de las tiendas elegantes, sí, sí. Y un casoplón noble impresionante. Allí es donde vivía la familia del señor Loubeau con la que me fui de institutriz a cuidar de los niños y enseñarles español. Durante el curso, vivíamos en esa casa en París y al llegar el verano, íbamos a otra casa preciosa, preciosa, que tenían cerquita del puerto de Le Havre, en Trouville-sur-mer… tan "sur-mer" era que la casa estaba realmente sobre el mar y había ventanas que entraban las olas y todo. ¡Qué barbaridad de mareas!
"La verdad es que cuando dije que me iba a París, a tu abuelo Benito no le sentó bien. ‘¡Pero cómo que te vas! Una mujer no puede irse sóla, y menos a otro país. Y yo le dije, ‘tengo 32 años, soy adulta y no tengo un marido al que dar explicaciones de adónde me voy! Alguna ventaja tenía estar soltera en aquellos años.
Así que aproveche para conocer París, pero bien. Las tardes que tenía libres, caminaba hasta los Campos Elíseos, y a veces me iba para un lado, hacia el Louvre, y otras me iba para el otro, hasta el Arco de Triunfo. Allí elegía una de las doce avenidas y siempre acababa en algún monumento importante. Así un día acababa en la Ópera, otro en Trocadero, donde la Torre Eiffel, y ya cuando caía la tarde me volvía en metro. ¡Lo que habré caminado yo en esa ciudad! Creo que los juanetes que tengo nacieron en París, hehehe."
— ¿Y cómo te manejabas? ¿Sabías francés ya cuando fuiste?
— Un poco, teníamos una profesora en el colegio que me enseñó y guardo como oro en paño aquellos libros de gramática, mira, por aquí los tengo.
Estos eran los libros de francés de la tía
"Luego en París los sábados por la mañana iba a una academia buenísima, porque sólo te hablaban en francés. Había estudiando gente de todas partes, porque entonces París era el centro del mundo: italianos, ingleses muchos, alemanes también… y yo que era la única española, y que debía de ser una especie de animal exótico, sobre todo para el profesor, que siempre me miraba con cierta fascinación. Un buen día se me acercó al finalizar la clase y me dice: '¿Te vienes a la manifestación?' Y yo, que no había ido nunca a ninguna ni sabía lo que era eso, debí de poner una cara de vaca que ve pasar los trenes, porque me empezó a explicar: ‘la de Franco, mujer. Por lo de la ejecución de Grimau. Están manifestándose en contra del régimen en todas las capitales de Europa’.
Y yo que no sabía quién era Grimau ni nada de eso le dije, ‘aaah, eso sí que no. Conmigo no contéis’. 'Pero Maruja, cómo puedes estar indiferente ante un régimen sin libertades que acaban de ejecutar a una persona a muerte. Vamos casi toda la clase, que vienen de muchos países, y tú que eres española ¿no vas?' 'Pues no señor, no voy'. '¿Te parece entonces bien que ejecuten a una persona?' 'Pues tampoco. Pero si hay problemas con la policía en la manifestación, a usted a lo mejor le meten en el calabozo una noche y se acabó, pero a mí se me cae el pelo cuando llegue a España, hehehe.'
Yo creo que realmente buscaba un pretexto para ligar conmigo, que luego aprovechando las carreras y las persecuciones, siempre hay algún buen pretexto para que la metan mano a una. Pero yo ¡nanay! Comigo lo tenía difícil.
Y un buen día, apareció la catalana. Era otra estudiante de mi clase, como yo. El primer día, el profesor le pide que se presente. He querido olvidar su nombre, porque lo primero que dice: ‘ Bonjour, je m’apelle Fulanita de tal et je suis de Barcelona’. Y el profesor le dice: 'Ah, pues mira, ella es Maruja y también es española'. La miré sonriéndola un poco, como para ser amable. Y vaaa la catalaaana, toda tieeesa, que me devuelve la mirada por encima del hombro así ¡fus! y dice toda engreida con ese acento nasal que tienen: ‘Je ne suis pas Espagnole, je suis catalana!’
¡Amos, hombre! ¿Tú te crees, que podíamos haber sido amigas y por las tonterías esas nacionalista, que no me dirigió la palabra en todo el curso que estuvimos las dos en la misma clase? Y después de ese feo, yo a ella tampoco, claro, hehehe. Ahí sí el profesor encontró a alguien con quien ir a las manifestaciones contra Franco y ya se olvidó de mí. Anda y que les den. A los dos. Desde entonces les cogí manía a los catalanes, y no quiero saber nada de ellos, con sus ganas de ser independientes y de no hablarse con otros."
* * *
La verdad que siempre me había parecido bastante absurda la manía de la tía a los catalanes y nunca me había convencido aquella explicación suya de que era por culpa del acento nasal, pero cuando conocí aquella historia ya no me pude resistir a reprochárselo:
— Pero tía, al final has acabado haciendo lo mismo que le criticabas a la catalana aquella.
— ¿Yooooo? ¡Pero bueno! ¡Habráse visto lo que me dice el mocoso este!
— Sí, sí, has cogido manía a millones de personas sólo por ser de donde son, igual que hizo ella contigo.
La tía me miró como reprogramando toda su experiencia vital hasta ese momento y de repente me sonrió pícaramente. Todo eso sucedió muy rápido, en apenas medio segundo. Luego me dijo divertida:
— Pues tiene usted razón ¡Pero eso no quita que su acento nasal sera horroroso! Y además ¿no tenías que irte ya?
Algunas notas
Julián Grimau fue el último condenado a muerte por la Guerra Civil. Su juicio levantó una ola de indignación y protestas en todo el mundo, por ser considerado una farsa. Hasta el papa Juan XXIII pidió clemencia.
La manifestación de París a la que la tía no fue queda reflejada en la foto. Gracias a este dato he podido fechar la historia que contó. Era abril de 1963.
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