Al investigar la historia de "El Reo"descubrí el expediente militar del abuelo Benito.
Fallé dos veces: La primera me presenté sin más en los cuarteles de Moncloa, pedí acceder al Archivo Histórico y en el mostrador me pararon los pies ‘¿No tiene cita previa? Desde la pandemia no dejamos pasar si no es con cita previa, escriba a este correo y solicite allí lo que quiera consultar. Tardarán unas semanas, ya le aviso’.
La segunda vez me llegó un correo: “Dado que no ha asistido usted a la fecha acordada ¿sigue interesado?” ¡Maldición, la respuesta a mi solicitud había acabado en correo no deseado! Tuve que solicitar una segunda cita y esperar otras dos semanas más.
La tercera vez pude finalmente entrar en el Archivo. Era principios de julio. Me pidieron depositar todo en una taquilla: ‘llaves, objetos metálicos, chaquetas, mochilas… sólo puede pasar con el móvil y papel para anotar. Pero tampoco puede llevar bolígrafos ni nada que escriba’ ¿Y si quiero anotar algo? 'Le darán lápiz allí. Pase a la sala seis'.
Aquello era como una sala de estudio de una biblioteca, con sus mesas, sus lámparas bajas… pero no había libros. Las paredes estaban completamente desnudas. Y no había nadie excepto una mujer enfrascada en realizar unos informes. Al cabo de un rato reparó en mí:
— ¿Desea algo?
— Bueno, tenía cita previa.
— ¿Benito Lorenzo, verdad? Espere un momento.
La mujer desapareció tras una puerta. Yo no tenía muy claro qué es lo que me iban a entregar ¿Una caja? ¿Cien cajas?
Al cabo de un rato salió con una carpeta blanca de cartón, no muy grande.
— No puede sacar los documentos de su soporte. Si necesita anotar algo puede usar estos lápices de aquí. Debe llevar estos guantes en todo momento para no dañar el material. Ya no hacemos fotocopias, si quiere que se lo digitalicemos, rellene este formularo y le enviaremos un presupuesto. Ya le advierto que llevamos un retraso de meses con esto.
— ¿Entonces no me puedo llevar copia de nada?
— No. Pero puede sacar fotos con el móvil.
Cogí la carpeta, me senté en una mesa, encendí la lámpara baja y respiré. Ante mí estaba a punto de descubrir una parte de la historia de mi familia que nadie había visto hasta el momento. Gracias a las fotos que pude sacar pude reconstruir aquella historia.. y descubrir alguna más que desconocía.
La carpeta debería de contener poco más de 30 folios, casi todos escritos a máquina, bastante amarillentos ya. Entre medias había algún documento de menor tamaño bastante peculiares: un telegrama azulado, una carta manuscrita y un certificado de identidad.
La carta manuscrita era del abuelo, a finales del mismo año. Pide permiso al alto mando, ya del ejército Nacional para trasladarse de Madrid a Valencia para ser juzgado. Me emocionó tocar aquella hoja escrita de su puño y letra.
El telegrama, ya del año 1940, notifica un retraso por parte de uno de los oficiales que llevaba el juicio, indicando que no iba a llegar a tiempo a entregar una documentación relevante antes de que se dictara sentencia.
El resto de los documentos son las hojas mecanografiadas de interrogatorios y diligencias. Todo empezó el 9 de abril de 1939, un año antes. Hacía apenas dos semanas que Valencia se había rendido ante las tropas Nacionales, y 10 días desde que la guerra había terminado. Le llamaron a declarar en un proceso sumarísimo de urgencia sin apenas garantías procesales, abogados sin formación y no pocas inconsistencias jurídicas, como que se consideraba "rebelde" a quien había permanecido fiel al Gobierno Constitucional, o que era delito no haberse pasado al bando de los Nacionales desde el 17 de julio, un día antes del Alzamiento. 400.000 personas fueron juzgadas mediante este proceso. 230.000 acabaron condenados, incluído el abuelo. 30.000 fueron condenados a muerte. El delito: haber estado en el bando perdedor.
El abuelo había colaborado con la "rebelión" y había que determinar la gravedad de su conducta. Gracias al sumario, quedaron registrados aquellos interrogatorios que duraron un año, todos ellos repitiendo una y otra vez lo que el abuelo contó en su primera declaración, creyendo cándidamente que eso bastaba para salvarle.
Esto fue lo que pasó aquél día:
9 de abril de 1939
Juzgados de Valencia del Cid
— Entréguele al ujier su certificado de identidad. Gómez, recójalo.
El abuelo entregaría el certificado que he mostrado más arriba.
— Nombre completo y categoría militar.
— Benito Lorenzo Iglesias, auxiliar de obras y talleres del cuerpo auxiliar del ejército
— ¿Nombre del padre?
— Antonio
— ¿Y de su madre?
— Roberta
— ¿Edad?
— Treinta y cinco años
— ¿Estado civil?
— Casado
— ¿Dónde nació usted?
— En Madrid
— ¿Y dónde vive ahora?
— En Moncada, calle Pi y Margall nº 15
— ¿Profesión antes de entrar en el ejército?
— Electricista
— Acerque la Biblia al interrogado, Gómez ¿Jura usted por Dios decir la verdad en cuanto va a exponer en el siguiente interrogatorio?
— Lo juro — dijo el abuelo sobre el Libro Sagrado.
— Bien, empecemos. El 17 de julio de 1936, día del Glorioso Alzamiento Nacional ¿cuál era su situación militar?
— Estaba en activo. Me encontraba en el parque central de automóviles de guerra y marina, en Carabanchel Alto, en Madrid.
— ¿Apoyó usted al Glorioso Movimiento Nacional cuando éste empezó?
— Eeh, por supuesto, claro, claro que sí.
— Ajá ¿Y qué vicisitudes puede contar que lo demuestre?
— ¿Vicisitudes? Pues... bueno, fueron bastantes. Fui perseguido por los comités de talleres, porque no pertenecía a ningún partido como era nuestro deber entonces. En enero de 1939 fui nuevamente perseguido por el SIM (Servicio de Inteligencia Militar) por estar sirviendo a don Alfredo Serna, el Interventor General del Ejército. Don Alfredo había sido acusado de delito de alta traición y espionaje y le tenían aquí en Valencia, en la prisión de Monte Olivete.
—¿Y eso es todo lo que demuestra que usted apoyaba al Movimiento?
— Sí ¿no basta?
Miradas significativas entre el militar que pregunta y el mecanógrado. Visto que por ahí no hay manera de conseguir pruebas de adhesión al nuevo régimen, decide probar otro camino:
— Bueno, pasemos a su historial. El tiempo que estuvo sirviendo en el ejército ¿obtuvo recompensas?
— No, ninguna
— ¿Y ascensos?
— Tampoco
— ¿Durante la guerra tampoco?
— No, ningún ascenso. Yo siempre he prestado los mismos servicios el tiempo que ha durado la guerra.
— Hábleme de cuáles fueron esos servicios prestados, desde el 17 de julio concretamente.
— Bueno, ya he dicho que estaba en el parque central de automóviles de Carabanchel Alto. El 17 de septiembre pasé al cuerpo de tren del ejército por orden comunicada para trabajar en los talleres.[...].
(Sigue un historial de tareas. Como detalle peculiar, 4 líneas del interrogatorio fueron eliminadas del sumario de manera expeditiva: fueron arrancadas del papel).
[...] El 8 de septiembre de 1938 me incorporé a las órdenes de un capitán de milicia para la reparación y conservación de 100 camiones hasta el día 30 de marzo de 1939 que el citado capitán y el comisario de la compañía nos abandonaron. Entonces me incorporé con toda urgencia al batallón a esperar a las tropas Nacionales a las órdenes de los jefes de ellas, estando en la actualidad a las órdenes del capitán Nacional don López Sánchez.
— Ya veo. Ha estado siempre obedeciendo órdenes de los rebeldes. Y entonces ¿qué servicios ha prestado usted a la causa Nacional? Porque al principio me dijo que había apoyado al Movimiento.
— Pues no pude hacer más que lo que le he dicho antes, es que estábamos muy vigilados por los del sindicato y el Servicio de Inteligencia Militar.
— Algo haría usted para ponerse en contacto con los jefes y oficiales Nacionalistas para adherirse a la causa para apoyarles.
— Pero si es que no podíamos conocerlos. No convivíamos con ellos.
Más miradas significativas entre el militar y el
mecanógrado. Ante la sospecha de que el interrogado estuviera tratando de ocultar sus verdaderas simpatías, decide cambiar por sorpresa su línea:
— ¿Y jefes del bando opuesto? Con ellos sí que conviviría usted.
— No, tampoco estaban allí.
— ¿No estaban? ¿Y cómo era posible que recibiera órdenes del capitán de milicia? ¿Quién vigilaba que usted hiciera su trabajo de reparar aquellos 100 camiones? Alguien habría, aunque fuera un dirigente civil.
— Sí, el comisario que le he mencionado.
— ¡Ah, el comisario! Empezamos a encontrar responsables ¿Quién era? ¿Cómo se llamaba?
— Ramón.
— ¿Ramón?
— Sí, sí, Ramón.
— ¿Nada más que Ramón? ¿No tenía más identidad ese comisario?
— Así le llamaban otros, nunca supe su apellido.
— Pero si estaba en el mismo cuerpo que usted...
— No, no, ni siquiera era de nuetra gente, era del parque de Fresadores.
Viendo que no había mucho más que descubrir, el militar decidió terminar ahí este interrogatorio.
Se abren las diligencias
Navidad de 1939
Consejo de guerra
(continua en "La Viuda del Interventor")
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