Debió de ser por septiembre. Aunque aún teníamos jornada continua en el trabajo y podía volver a casa a comer, decidí ir ese lunes con la tía Maruja. Ya había vuelto de Italia como cada verano, pero aquella vez le había pillado fuera el suceso y posiblemente necesitara alguien con quien hablar.
- Hoy hubiera sido su cumpleaños - me dijo sin haber preguntado siquiera. Siempre tenía presente los cumpleaños de toda la familia.
- Yo creo que estuve una vez en su casa de Pozuelo. Recuerdo un jardín lleno de pájaros y que ella vivía con otra señora que tenía un loro en una jaula en la terraza.
- Sí claro, mi prima Dora, que tenía la casa de abajo con los pájaros, incluyendo el dichoso loro ¡qué manía le tenía yo a aquél bicho!
- Ah, no sabía que la tía Anuncia tenía hijas.
- Noooo, Dora era sobrina suya. Anuncia se casó, pero no tuvo hijos ¿no conociste a su marido, Agustín?
- Creo que yo no había nacido.
- ¡Ay, qué apuesto era aquel hombre! Y qué pena, murió bastante joven. Y a la prima Dora le pasó igual, que se le murió también el marido, así que se subió a vivir allí con ella. Bueno, ella y su loro. Y así tu tía tenía pareja sin tener que moverse de casa para jugar a las cartas, que era lo que más le gustaba. Yo creo que a Dora no tanto, y que debía de esconder las bajaras, y claro, luego iba la tía Anuncia ‘Doooora, vamos a echar una partidita' 'Doooora ¿dónde has puesto los naipes?‘ Aunque al final, si no era Dora, liaba a la vecina o a la otra o a la de más allá.
- Estoy seguro de que la última semana antes de morir todavía seguía jugando al Chinchón ¿a que sí?
- ¡Uy, eso seguro! ¿Y tú cómo sabes que a la tía le gustaba jugar al Chinchón, sobrino?
- De la última vez que estuvimos en Alicante, hará ocho años. En el viaje de ida recuerdo que te pregunté si la tía querría jugar a las cartas conmigo y me dijiste ‘tu tía este año está mal y no está para jugar’. Al llegar allí, recuerdo que aproveché cuando no me oía nadie para preguntarle ‘tía Anuncia, ¿has traído alguna baraja para jugar?’. Me miró con esa sonrisa que tenía con muelas de oro y se acercó a abrir un cajón donde tenía escondidas tres barajas. En cuanto pudo nos lió a ti y a mí a una partida de Chinchón, ¿no te acuerdas?
- Quiero acordarme...
- ¡Que sí! Que nos hizo apostar 100 pesetas a cada uno y por supuesto, las perdimos. Luego nos dio la oportunidad de continuar jugando poniendo 100 pesetas más, pero con la puntuación que teníamos justo antes de perder, y claro, a las dos rondas ya estábamos fuera otra vez y habíamos vuelto a perder… y fuimos nosotros los que decidimos que no estábamos para jugar.
- ¡Uy, es verdad, qué lianta, qué lianta, cómo nos desplumó! Ahora, que no te creas que era de las de puño agarrado, siempre estuvo ahí para ayudar a la familia cuando lo necesitó. Si hasta una vez nos dio un millón de pesetas a cada sobrina ¡un millón! Y en Novés ahí estuvo para salvar a la familia cuando su padre se lo pidió.
La tía Anuncia con sus padre, el bisabuelo Feliciano
“Había terminado la guerra y en Madrid no se podía estar porque faltaba de todo, así que aprovechando que mi padre, tu abuelo Benito estaba en Valencia con el tema de su juicio nos fuimos al pueblo, que allí con las tierras y el huerto podías tener para comer. Ya sabes que el abuelo Feliciano se le daba bien cultivar desde que estuvo en Cuba y Filipinas.
Allí en la casa estábamos unos cuantos: tu madre, tu abuela, la tía Pepi y el tío Benito con apenas un año y la tía Anuncia... y servidora, que ya tenía yo nueve años y me enteraba de las cosas.
A los pocos días de haber llegado nosotros al pueblo, mi abuelo Feliciano tuvo una conversación a puerta cerrada con la abuela María y la tía Anuncia... y yo que estaba por ahí como quien no quiere la cosa, que lo escuché todo:
- A ver, acaban de llegar los falangistas al pueblo. Algunos vecinos que quieren estar a buenas con ellos están acusando a otros de ser Rojos para quedarse con sus tierras o librarse de deudas.
Allí ninguna se atrevería a interrumpir a mi abuelo, que siguió hablando:
- Sabéis que en el pueblo hemos prestado dinero a varias personas cuando las cosas iban mal. Pues ya hay alguno de esos que nos ha denunciado a los falangistas para librarse de pagar.
Nadie decía ni mú, supongo que espantadas de pensar que un vecino al que su padre había ayudado cuando estaba con necesidad fuera a inventarse una denuncia para no devolver una deuda. Y allí que habló la tía Anuncia, que siempre ha sido más atrevida:
- Padre, si no tienen nada de qué acusarnos.
- ¡Vamos que no! ¡Con el marido de vuestra tía Facunda en la cárcel acusado de lo que pasó en la finca de don Heliodoro y con el de tu hermana María [el abuelo Benito] esperando juicio en Valencia, nuestra familia ya está en la lista negra!
Imagina la tensión en ese momento, y más cuando el abuelo Feliciano va a tu tía y le dice:
- Vamos al grano. Anuncia, dicen las vecinas que te han visto dejar acercársete a uno de esos falangistas ¿Sabes de quién te hablo?
- No sé nada, padre.
- Anuncia, no me mientas que esto es muy grave. Nos pueden quitar la casa y las tierras y acabar todos en la cárcel, si no vienen antes los compañeros de ese amigo tuyo de la Falange a hacer justicia por su cuenta.
- ¡Padre, yo le juro que al chico ese yo jamás le he dejado que me pusiera la mano encima ni nada!
- Pues ya es hora de que le dejes.
Y ahí la tía se debió de quedar de piedra, claro.
- ¿Cómo? No entiendo.
- Que le dejes acercarse. Que te coja del brazo, y cuando lo haga os paseéis por la plaza del pueblo a la hora que haya más gente para que todo el mundo os vea. Y tú sonríes mucho y le haces reír para que se vea que sois muy felices juntos. Y a ser posible, esta misma tarde. Ya estás tardando.
- Sí, padre.
- Y tu María, tratas al mozo como si fuera de la familia ¿está claro?
- Sí, padre - dijo tu abuela María.
Imáginate la alegría de la tía Anuncia. Y por supuesto, aquello fue mano de santo. Las denuncias fueron retiradas, ningún vecino se atrevió a tocarnos un pelo y la Falange dejó tranquilas las tierras y la casa de Novés."
* * *
- ¿Y duró mucho aquél juego del novio? - le pregunté a la tía Maruja.
- ¿Qué juego? Si se casaron a los pocos meses, era el tío Agustín. ¡Qué guapo era aquél hombre!
La tía Anuncia y su marido, el tío Agustín
- El otro día conseguí las llaves de su casa de Pozuelo - me dijo la tía-, que quería yo rescatar las fotos que tenía de ella con su padre y con el tío Agustín.
- ¿Y no estaba Dora para abrirte?
- Uy, Dora. ¡Si murió muchos años antes! Si es que tu tía era imortal, hubiera cumplido noventa y cinco años hoy. Yo creo que lo de jugar a las cartas la mantuvo con vida.
- ¿Entonces vivió sola los últimos años?
- Sí. Cuando estaba abriendo la puerta de la casa recordé lo que me contó ella misma cuando se murió Dora y volvió de su velatorio ya de noche. ¿Te crees que según estaba abriendo la puerta de la casa, todo oscuro, escuchó voces dentro de la casa? Casi le da un soponcio, pensando que era el ánima de Dora. Desde la habitación del fondo ecuchó ‘Doooora, Dooora’.
Mira qué susto se llevó hasta que se dió cuenta ¡El maldito loro! Lo único que aprendió en toda su vida, a imitar la voz de la tía Anuncia llamando a Dora. Y qué bien lo hacía, el condenado bicho, hehehe.
Algunas notas
Su única reacción fue decir '¿Queda algo de fruta de la de ayer?'
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